¿Por qué se bautizó Jesús?
Es el Hijo de Dios, sin pecado alguno, Dios verdadero de Dios verdadero. ¿Por qué se bautizaría entonces?
La palabra sacramento proviene del latín sacramentum, y es una derivación del verbo sacrare ('hacer santo') mediante el sufijo -mentum (instrumental, "medio para"), esto es, sacramentum equivale gramaticalmente a “instrumento para hacer santo”. El Bautismo es, por lo tanto, el primer paso hacia nuestro camino de santidad, ya que nos proporciona la renovación de nuestro ser y la restauración de nuestra relación con Dios. Citando el Catecismo de la Iglesia:
“El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura", un hijo adoptivo de Dios que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo, coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo”.
Pues bien, como muchos sabréis, Jesús no solo es el Hijo de Dios, sino que también es Dios. Respecto a este punto no es necesario que vuelva “Santa Claus” a repartir bofetadas1.
El mismo credo que se recita los domingos en misa, así lo pone de manifiesto (El credo niceno no es tan frecuente ciertamente, pero de vez en cuando viene bien recordarlo) :
“Creemos en un […] Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos,luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre por quien todo fue hecho […] Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Entonces, teniendo en cuenta que Jesús no tiene pecado original, es el mismísimo Cristo, uno con el Padre y el Espíritu Santo, es lógico preguntarse: ¿Por qué se bautizó?
Jesús no es de esos hombres que hacen las cosas por hacer ni dicen por decir. En todos sus actos y todas sus palabras se econden realidades profundas que van más allá de lo simbólico y ejemplar. Este caso no es una excepción. Y es que detrás de este acontecimiento, hay uno de los mensajes más profundos del Evangelio: El bautismo de Jesús nos revela su misión central en la tierra.
Sin embargo, la respuesta a esta enigmática pregunta no la ofreceré yo, pues ya fue dada de manera magistral por Benedicto XVI en su gran obra Jesús de Nazaret:
[…]El bautismo comportaba la confesión de las culpas (ya lo hemos oído). Era realmente un reconocimiento de los pecados y el propósito de poner fin a una vida anterior malgastada para recibir una nueva. ¿Podía hacerlo Jesús? ¿Cómo podía reconocer sus pecados? ¿Cómo podía desprenderse de su vida anterior para entrar en otra vida nueva? Los cristianos tuvieron que plantearse estas cuestiones. La discusión entre el Bautista y Jesús, de la que nos habla Mateo, expresa también la pregunta que él hace a Jesús:
«Soy yo el que necesito que me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (3, 14).
Mateo nos cuenta además:
«Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así toda justicia. Entonces Juan lo permitió» (3, 15).
No es fácil llegar a descifrar el sentido de esta enigmática respuesta. En cualquier caso, la palabra ἄρτι —por ahora— encierra una cierta reserva: en una determinada situación provisional vale una determinada forma de actuación. Para interpretar la respuesta de Jesús, resulta decisivo el sentido que se dé a la palabra «justicia»: debe cumplirse toda «justicia». En el mundo en que vive Jesús, «justicia» es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del «yugo del Reino de Dios», según la formulación judía.
El bautismo de Juan no está previsto en la Torá, pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo […] Sólo a partir de la cruz y la resurrección se clarifica todo el significado de este acontecimiento.
[…]
A partir de la cruz y la resurrección se hizo claro para los cristianos lo que había ocurrido: Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores. La inicia con la anticipación de la cruz. Es, por así decirlo, el verdadero Jonás que dijo a los marineros: «Tomadme y lanzadme al mar» (cf. Jon 1, 12). El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir «toda justicia», se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo — «Este es mi Hijo amado» (Mc 3,17)— es una referencia anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (cf. Mc 10, 38; Lc 12, 50). Sólo a partir de aquí se puede entender el bautismo cristiano. […] Mediante su liturgia y teología del icono, la Iglesia oriental ha desarrollado y profundizado esta forma de entender el bautismo de Jesús. Ve una profunda relación entre el contenido de la fiesta de la Epifanía (proclamación de la filiación divina por la voz del cielo; en Oriente, la Epifanía es el día del bautismo) y la Pascua. En las palabras de Jesús a Juan: «Está bien que cumplamos así toda justicia» (Mt 3, 15), ve una anticipación de las palabras pronunciadas en Getsemaní: «Padre. .. no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39); los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo. La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el camino de la vida» (Evdokimov, p. 246). El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡ cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Este poderoso, invencible con las meras fuerzas de la historia universal, es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo, sin dejar nada al descender en la identidad de quienes han caído. Esta lucha es la «vuelta» del ser, que produce una nueva calidad del ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. El sacramento —el Bautismo— aparece así como una participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.
San Nicolás abofeteó a Arriano, después de que este negara la divinidad de Jesús en el Concilio de Nicea en el año 325. De hecho, a esta herejía de la época se la conoce como “Arrianismo”.