Seguramente la mayoría de gente que se tope con el nombre C.S. Lewis lo reconozca por el legado olímpico que dejó bajo sus veloces piernas1, o con un poco de suerte y memoria, lo haga por su conocida saga de libros: Las Crónicas de Narnia. Saga que posteriormente se estrellaría contra la gran pantalla y de la que solo saldría bien parado con sus patitas de cabra el Señor Tumnus (James McAvoy). Pues si bien esta fue la aportación literaria que más fama le otorgaría a Lewis, me atreviría a decir que destacó bastante más por su trabajo como apologeta cristiano. Hoy no voy a detenerme a desarrollar su biografía, pero cabría destacar que Lewis se convirtió al cristianismo por allá a los 31 años, en parte influenciado por su amigo, conocido por algunos2 J.R.R. Tolkien, y también por los escritos de G.K. Chesterton. Sí, artillería pesada.
Dios en el Banquillo (título original: God in the Dock), es una recopilación de ensayos y discursos de C.S. Lewis compilados y publicados, póstumamente, en forma de libro en 1970. El título hace referencia a la expresión inglesa “To be in the dock”, que significa literalmente estar en el banquillo de los acusados, algo sugerente pues ya nos anticipa un escenario habitual en nuestros tiempos, donde Dios no existe hasta que se demuestre lo contrario. Prueba es que el agnóstico promedio, pese en teoría no tomar cartas en el asunto, en la práctica suele decidirse a vivir como si Dios no existiera.
A través del ingenio propio de un erudito y la habilidad de un auténtico espadachín inglés, Lewis analiza distintas objeciones al Cristianismo y las desmenuza poco a poco, descubriendo la falta de lógica que las sostiene. Muchas de estas objeciones no solo vienen desde pensadores “no cristianos”, sino que cualquiera de nosotros nos las hemos podido plantear a lo largo de nuestro camino de fe. Aquí os resumiré un par de ellas:
El argumento de nuestra pequeñez. No somos pocos los que nos hemos planteado alguna vez lo insignificantes que somos en el universo. ¿Para qué tanto espacio para una mota de polvo como la Tierra? No somos nada. Para Lewis este argumento solo es una ilusión, y es que ¿Acaso una farola nos resulta más magnífica que un bebé? En las pequeñas distancias tenemos claro que el tamaño nada que ver tiene con la dignidad o lo sofisticado, pero cuando pensamos en el universo nos mareamos y perdemos el foco.
La imposibilidad de los milagros. Para filósofos como David Hume los milagros son imposibles, ya que implican una violación de las leyes de la naturaleza3. Sin embargo Lewis nos muestra una analogía para demostrar que el hecho de que Dios intervenga no significa que se violen estas leyes. En resumen nos dice algo así:
"Las leyes aritméticas me dicen que si pongo diez chelines en un cajón el lunes y otros diez el martes, encontraré un total de veinte chelines el miércoles. Pero si al abrir el cajón el miércoles sólo encuentro cinco chelines, no significa que las leyes aritméticas hayan sido quebrantadas, sino que alguna de las leyes de Inglaterra sí lo ha sido."
Hoy en día podemos pensar que ya hemos escuchado todo tipo de argumentos apologéticos en internet o en cualquier debate, pero no debemos olvidar que muchos de estos argumentos seguramente están influenciados por el trabajo de C.S. Lewis, quien dejó una gran huella en este terreno (y no por sus veloces piernas). A través de su forma de proyectar lo trascendente a lo humano nos permitió al resto hacernos una idea de la lógica que subyace a lo metafísico.
Es por eso que vale la pena dedicarle almenos un pequeño espacio a Lewis en nuestra biblioteca, con este pedazo de libro (en realidad es bastante delgado):
Carl Lewis, famoso atleta estadunidense.
Nótese la hironía.
Para David Hume, los milagros son imposibles porque desafían el principio fundamental de su filosofía empírica: todo conocimiento auténtico debe basarse en la experiencia sensorial y en la observación de hechos verificables. Según Hume, las leyes de la naturaleza son reglas consistentes y universales que hemos descubierto a través de la experiencia repetida. Estas leyes describen cómo funcionan los fenómenos del mundo físico, y cualquier evento que las viole carecería de la misma evidencia sólida sobre la que se basan nuestras creencias científicas.